No hay razón para buscar el sufrimiento, pero si éste llega y trata de meterse en tu vida, no temas; míralo a la cara y con la frente bien levantada... Y... Existe el destino, la fatalidad y el azar; lo imprevisible y, por otro lado, lo que ya está determinado. Entonces como hay azar y como hay destino, filosofemos...
miércoles, 18 de marzo de 2009
Personajes Confirmados para la Peli El Tenebroso Cirque Du Freak
Darren Shan es un chico normal al cual asiste tras escapar de casa junto a su mejor amigo a un espectaculo clandestino. Donde quedara maravillado con Madame Octa una araña que define como "única" Tras ingeniarcelas bien Darren decide robarla, pero pagara caro su atrevimiento, puesto que la araña a mordido a su mejor amigo y Darren debera vender su alma a un vampiro para salvarle la vida...Finjir su muerte eh introducirce en un mundo que creyo que jamás existiria...
Los papeles serían los siguientes
Darren Shan es interpretado por Chriss Kelly
El vampiro Mr. Larten Crepsley por John C. Reilly
El mejor amigo de Darren, Steve Leonard por Josh Hutcherson
La mujer barbuda Madame Truska interpretada por Salma Hayek
El dueño del cirque du freak Mr Tall, por Ken Watanabe
El niño serpiente Evra Vor por Patrick Fugit
Rasmus Dos tripas por Frankie Faison
Gertha dientes interpretada por Kristen Schaal
La hermana de Darren, Annie Shan por Morgan Saylor
Hans Manos por Jonathan Nosan
El hombre lobo por Tom Woodruff Jr.
Son los datos confirmados hasta ahora.
Segun dicen Willem Dafoe sería en un futuro el general vampiro amigo de Mr. Crespley (Gavner) Pero como aquel personaje aparece en el segundo libro no podría decir nada más. Solo esperando ansiosa a que la pelicula quede como se debe y en vez de un fracaso sea maravillosa. De verdad que todos los actores tienen semejanza con los personajes del libro, no pudo imaginarme a otros actores con sus papeles :)
Imagenes Nuevecitas de Luna Nueva!!
El reparto de Crepúsculo ya se encuentra instalado en Vancouver (Canadá) y ya podemos ver las primeras imágenes del rodaje que acaba de comenzar bajo las órdenes del director Chris Weitz.
En realidad no se trata del rodaje propiamente dicho sino del backstage pero las imágenes son validas pues veremos a los principales actores, Kristen Stewart, Robert Pattinson, Ashley Greene, Nikki Reed, Jackson Rathbone, Kellan Lutz, Peter Facinelli y Taylor Lautner, caracterizados como los personajes correspondientes.
Por otro lado, quizás no haya que esperar demasiado para ver un teaser tráiler de Luna Nueva pues según Amazon, Summit Entertainment lo estrenaría con el lanzamiento del set en Blu-ray de colección de Crepúsculo el 5 de mayo.
El reparto de Crepúsculo ya se encuentra instalado en Vancouver (Canadá) y ya podemos ver las primeras imágenes del rodaje que acaba de comenzar bajo las órdenes del director Chris Weitz.
En realidad no se trata del rodaje propiamente dicho sino del backstage pero las imágenes son validas pues veremos a los principales actores, Kristen Stewart, Robert Pattinson, Ashley Greene, Nikki Reed, Jackson Rathbone, Kellan Lutz, Peter Facinelli y Taylor Lautner, caracterizados como los personajes correspondientes.
Por otro lado, quizás no haya que esperar demasiado para ver un teaser tráiler de Luna Nueva pues según Amazon, Summit Entertainment lo estrenaría con el lanzamiento del set en Blu-ray de colección de Crepúsculo el 5 de mayo.
Por otro lado, Kristen comentó que no realizará el salto del acantilado que implica la trama de esta segunda entrega de la obra de Stephenie Meyer sino que será una “Kristen realizada por ordenador”. Por último, vale aclarar que finalmente Luna Nueva no rodará en Volterra sino en Montepulciano pues, según asegura Piera Detassis director de Ciak (importante revista de cine italiana) sería ”más bonito para la película”.
Capitulo 5
Y el perdón encuentro
Y por un momento
Un momento breve, dulce y brillante
Veo un fin a mi desesperación.
Había sido un error tocarla, besarla. Una vez había probado la dulzura de Rhianna, no podría pensar en nada más. La buscó a la hora de cenar, él bebía de su copa mientras la observaba comer, la escucha con arrobada atención mientras ella le explicaba como había pasado el día. Tenía una mente brillante, un intelecto agudo, y un sentido del humor encantador. Bevins le había dicho que aprendía rápidamente y que hacía notables progresos.
Rayven veía los resultados por sí mismo cada noche cuando le leía, tal y como lo estaba haciendo ahora.
Él estaba sentado en su silla favorita, frente a las llamas de un fuego que poco hacía para calentar el frío de su interior, escuchando como leía. El sonido de su voz ondulaba sobre él como el sedoso brillo de sol, más suave y caliente que las llamas que bailaban en la chimenea. La observaba con los parpados entornados, preguntándose cómo era posible que cada día que pasaba estuviera más bella. Sus mejillas florecían con fino rubor, sus ojos centelleaban, su piel resplandecía de juventud y de vida. La luz del fuego lanzaba sombras doradas en su perfil. Fascinado como un adolescente lleno de amor, se deleitaba en su cercanía, con el sonido de su voz.
Pasaron varios minutos antes de que él se diese cuenta de que ella había finalizado la lectura, mientras ella se le quedó mirando.
-“¿Pasa algo, dulce Rhianna?”.
-"No, Su Señoría".
-“¿Por qué has dejado de leer?”.
Una débil sonrisa jugueteó en sus labios. -"Hace rato que me he detenido".
Él frunció el ceño. –“¿Por qué?”
-"Porque la historia ha terminado, Su Señoría".
Él la miró durante un largo momento, sintiéndose muy tonto, y luego se rió.
Rhianna clavó los ojos en él. Raramente le había visto sonreír, nunca le había oído reír. Era un sonido maravilloso, profundo y enriquecedor. Y contagioso. Sintió una oleada de risa en respuesta a la suya, hasta que las paredes se hicieron eco del sonido.
Y luego, sin saber muy cómo, él estaba arrodillado ante ella, y la risa murió en su garganta.
-"Rhianna". Le cogió sus manos con las suyas y las beso.
–“¿Sabes cuanto tiempo hacía que no me reía tan a gusto?”.
-"No, Su Señoría".
-"Muchísimo tiempo" contestó, con su mirada fija ardiendo en la de ella.- "Más tiempo del que puedas imaginar”.
-"Entonces me alegro de haberle hecho reír".
-“¿Qué puedo yo hacer por ti, a cambio?”.
-"¿Su Señoría"?
-“¿Un nuevo vestido que haga juego con el color de tus ojos? ¿Un collar de oro?”.
-"No quiero nada, Su Señoría. Usted ya me ha dado demasiadas cosas. Y Yo... " Ella apartó la mirada.-"No le he dado nada a cambio".
La culpabilidad, más afilada que las espinas de las rosas que ella tanto amaba, aguijoneó su conciencia. Ella le había dado mucho más de lo que suponía. Más de lo que él tenía derecho a tomar.
-"Pide algo, dulce Rhianna. Sólo tienes que nombrarlo y es tuyo”.
-“¿Cualquier cosa que quiera? ¿De verdad?”.
-"De verdad".
-"Desearía enormemente, tener un espejo en mi cuarto".
Él se recostó en sus talones, sus ojos oscuros vueltos repentinamente misteriosos y fríos.-“¿Un Espejo"?
Ella asintió, con expresión ansiosa.-"Usted me ha dado tantas cosas bellas. Quiero ver cómo luzco”.
-"Muy bien" dijo, con fría voz.-"Tendrás uno".
-“¿Dije algo incorrecto?”. Le preguntó, con los ojos llenos de confusión.
Él negó con la cabeza, después se levantó. –“Vete a dormir, mi dulce".
Ella se puso de pie. Como siempre, su tamaño la asombraba. Él se movía con tal sigilo, hablaba con tal quietud, que a menudo se olvidaba de lo grande que era. Se cernía sobre ella, alto y ancho de hombros.-“¿Me dirá que es lo que he dicho o hecho para causarle tanto disgusto?”.
Se volvió de espaldas, mirando fijamente hacia el fuego.-“Vete a la cama”. Su voz era rasposa, fría como el hielo.
-"Muy bien, Su Señoría".
Escuchó el sonido de sus pasos, amortiguados por la gruesa alfombra, mientras cruzaba el cuarto.
-"Buenas noches, Su Señoría".
Podía notar como lo miraba fijamente, esperando una respuesta, luego la oyó suspirar, abrir la puerta y salir del cuarto.
Rayven se quedó con la mirando fijamente las llamas. Podía sentarse en este cuarto y fingir que era un hombre como cualquier otro. Podía fingir que ella era suya, que estaba allí porque lo deseaba. Podía rodearse de riquezas, pero no podía esconderse de la verdad más de lo que podía caminar bajo la luz del sol, o ver su reflejo en un espejo. Estas simples cosas, le estaban negadas para siempre.
El espejo que Bevins depositó en el cuarto de Rhianna la tarde siguiente era la cosa más exquisita que había visto en toda su vida, un espejo de gran tamaño enmarcado en un marco dorado. Y en una esquina, grabadas en el cristal, estaban sus iniciales.
-"Oh, es muy bonito" dijo pasando las manos sobre el marco, y sus iniciales grabadas.
-"Lord Rayven estará contento de que le guste".
-“¡Oh, desde luego que me gusta! ¿Está en casa? Debo darle las gracias".
-"No es posible verlo, señorita".
-"Nunca está aquí durante el día" dijo Rhianna, haciendo pucheros. –“¿A dónde va?
-"No sabría decírselo a ciencia cierta".
-“¿Usted no lo sabe?
-"No, señorita". La vacilación en su voz le hizo sospechar que mentía.
-“¿Bajará a comer, señorita?”.
-"Creo que no". Volvió la espalda al espejo.-"Creo que tomaré una siesta”.
-"Muy bien, señorita". Con una breve reverencia, Bevins salió del cuarto.
Rhianna fue hasta la ventana y se quedó mirando al jardín. Llevaba aquí unos cuantos meses y hasta ahora no se había dado cuenta de que nunca había visto a Rayven durante el día. ¿Por qué le había mentido Bevins? ¿Estaba Rayven aquí? ¿Arriba, quizás?
Curiosa, abrió la puerta de su cuarto y caminó a hurtadillas. No había señales de Bevins. Andando de puntillas se dirigió hacia abajo hasta el pasillo de la torre del este.
El sonido de pasos resonaba fuertemente mientras subía por la estrecha y serpenteante escalera. Noventa y nueve escalones. Estaba jadeando cuando llegó al último.
Haciendo una pausa para recobrar el aliento, miró hacia el largo corredor. No había ninguna luz filtrándose por los postigos de las ventanas de las gruesas paredes de piedra.
De puntillas, fue caminando por el oscuro corredor. Se detuvo en la primera puerta, con mano temblorosa trató de alzar el picaporte. La puerta se abrió sin un solo sonido.
Mirando con atención hacia adentro, vio que el cuarto estaba lleno de muebles, los sofás tapizados con brocados de descoloridos bordados. Había mesas de todos los tamaños y formas, sillas de roble oscuro y caoba, taburetes delicados y cómodas cubiertas con mármol. Todo estaba cubierto de una capa de polvo, como si no se hubiera utilizado durante décadas.
Cerrando la puerta, cruzó el pasillo hacia el cuarto de enfrente. También, estaba abarrotado con todo tipo de mobiliario.
El siguiente cuarto estaba llenó de obras de arte: estatuas, pinturas, candelabros de bronce, jarros de cristal y porcelana, figurillas de porcelana china, una escultura enorme de un cuervo tallada en madera pintada de negro. También todas cubiertas de polvo y telarañas.
Más adelante estaba el propio cuarto de la torre. Aun sin saberlo, estaba segura de que era la habitación de Rayven. Caminando con precaución, se acercó a la puerta. Presionó su oreja contra la suave madera, y al no oír ningún sonido, puso la mano en el picaporte.
Con su corazón martilleando fuertemente, abrió la puerta y dio un paso al interior. No había ni una sola luz en todo el cuarto. Pesadas cortinas de terciopelo negro cubrían las ventanas. Cruzando la habitación, fue hacia las cortinas, y las apartó, después se giró y miró a su alrededor. El cuarto estaba vacío.
Desconcertada, dejó de nuevo las cortinas en su lugar. ¿Por qué Rayven le había prohibido que viniera aquí? ¿Qué razón podía tener, para no permitirle que viera todos estos cuartos llenos de viejos muebles, o este otro vació de la torre?
De repente tuvo la fría sensación de que no estaba sola. Un pánico irracional surgió dentro de ella, y salió precipitadamente del cuarto.
Pasó corriendo por el pasillo, bajó las escaleras con silenciosos sollozos en su garganta mientras imágenes de oscuridad y muerte formaban remolinos en su mente.
Fue corriendo ciegamente por el castillo hasta que llegó a su habitación. Cerró la puerta y abrió las grandes ventanas. Se echo en la cama sujetando una almohada fuertemente contra su pecho y clavó los ojos en la luz del sol que se filtraba por la ventana, esperando que eso ahuyentara la oscuridad que parecía envolverla como humo negro, empapando su misma alma. Y en el centro de esa oscuridad, sintió una soledad tan profunda, que rompió su corazón.
Rayven estaba sentado en la mesa frente a Rhianna, formando ociosos remolinos con el líquido de su copa, observando como el cristal atrapaba la luz de las velas
-"La semana que viene iremos a la ópera. Quiero que salgas y compres algo adecuado que ponerte".
-"No necesito más trajes de noche, Su Señoría".
-"Hazlo para complacerme. Algo azul, que haga juego con tus ojos".
-"Muy bien, Su Señoría, como usted desee”.
-“¿Qué has estado haciendo hoy?”.
Rhianna tragó saliva, apartando su mirada de la de él. –“¿Hoy, Su Señoría"?
-"Sí, hoy".
-"Yo... Bevins me trajo una nueva pieza musical".
-“¿La tocarás para mí"?
-"Si usted lo desea, aunque todavía no la he ensayado”.
-"Eres una criatura muy obediente, dulce Rhianna".
-“¿Su Señoría?” Le miró de reojo, no sabiendo si la estaba alabando o quejándose.
Rayven la miro por sobre el cerco de su vaso. Nunca había conocido una mujer que fuese tan complaciente, que no le pidiera nada, y que pareciese sentir genuino placer con su compañía. Complacía su vanidad masculina el pensar que se interesaba por él, aunque solo fuera un poco. Las demás le habían ofrecido sus favores, pero siempre había sido consciente del miedo en el fondo de sus ojos, del interés por lo que su riqueza podría ofrecerles. Les había dado todo lo que le habían pedido, las había cubierto de regalos – joyas, pieles, costosos vestidos – pareciéndole que era un precio pequeño a pagar por lo que él tomaba.
Ladeó su cabeza, mirándola con los parpados entornados. Al despertarse esta tarde, había notado su presencia en la torre, había olido la persistente fragancia de su perfume, de su mismo ser. Nunca había conocido a una mujer que se hubiera atrevido a desafiarlo. Por ese acto de valor, le compraría un collar de zafiros para que hiciera juego con su nuevo traje de noche.
-“¿Qué otras cosas has hecho hoy?” preguntó suavemente.
El miedo ascendió por su garganta. Él lo sabe, pensó frenéticamente. Él sabe lo que he hecho, y ahora me castigará.
-"Ya hace algún tiempo que vives aquí" comentó en ese mismo tono de voz engañosamente suave.
-"Sí".
-"Seguro que ya has debido explorar el castillo".
-"Usted dijo que podía pasear por todo el castillo, Su Señoría" contestó, con un temblor en su voz.
-"Así es. Excepto por la torre del este”.
Rhianna inclinó la cabeza, incapaz de emitir una sola palabra, mientras el miedo se enroscaba en su interior.
-“¿Recuerdas mi advertencia?”.
Asintió, cruzando fuertemente los brazos sobre su regazo, para que no notara como temblaba.
-"De nuevo veo que haces caso omiso de mis deseos".
-"Sí, Su Señoría".
Él sonrió sobre el cristal de su copa mientras vaciaba su contenido de un trago. Levantándose, le ofreció su mano. -"Ven" dijo.-"Deseo que toques para mí".
-"Gracias, Su Señoría".
Sus cejas alzadas en un gesto que ella había llegado a reconocer como de suave diversión. –“¿Por qué, dulce Rhianna?”.
-"Por no estar furioso conmigo. Para ser tan amable".
-“¿Amable?”. Se rió suavemente, un sonido lleno, enriquecedor que la llenaba de un sensual placer. -"Esa es una cualidad que nadie en toda mi vida me había adjudicado".
-“¿De veras, Su Señoría"?
-"De verdad, mi dulce".
-"Entonces se lo diré a menudo, si eso le complace”.
-"Tu me complaces" contestó. Agachó su cabeza y cubrió su boca con la suya, besándola con una intensidad que le privo de toda la fuerza en sus extremidades al mismo tiempo que pareció sacarle todo el aire de sus pulmones.
Cuando apartó sus labios, se lo quedó mirándolo fijamente, sintiéndose extrañamente mareada.
Rayven le sonrió, la oscuridad ardiendo en sus ojos.
-"Nunca dudes de lo mucho que me complaces".
Bastante tiempo después de que Rayven la hubiera dejado, todavía podía sentir el calor de sus labios, la dureza de su cuerpo contra el suyo. Aunque nunca había conocido a un hombre, no era completamente ignorante de la forma en la que los hombres y las mujeres se apareaban, pero jamás soñó con que eso comportara tal placer. Las mujeres en el pueblo murmuraban sobre los bajos instintos de los hombres, del tener que soportar el trato sexual entre casados. Pero nunca habían mencionado el placer que ello comportaba, la conmoción que provocaba en su interior.
Mas tarde, la había escuchado mientras tocaba el piano, descartando sus errores con un gesto de su mano. Era una partitura fácil; Normalmente, la habría tocado sin titubear. Pero no podía olvidar su beso, sus manos no podían dejar de temblar al recordar como se había sentido entre sus brazos. Incluso ahora, todavía le parecía tener la huella de su duro cuerpo impresa en el suyo.
Moverse le parecía un gran esfuerzo, pero al mismo tiempo se sentía flotar mientras subía por las escaleras.
En su cuarto, se quitó sus zapatos y las medias, dejó el vestido sobre una silla, y se metió silenciosamente en la cama.
Soñó con él esa noche, soñó que estaba allí, en su cuarto, sentado a su lado en la cama, su capa oscura flotando a su alrededor como un sudario mientras doblaba su cabeza hacia ella. En la luz incierta de su cuarto, sus ojos parecían resplandecer como carbones ardiendo a fuego lento. Notó como sus manos se posaban sobre sus hombros, sintió sus labios en su garganta, sintieron la familiar sensación de debilidad cuando sus dientes rasparon la blanda piel de su cuello. Un sensual placer se unió al dolor. Gimió suavemente mientras sus manos sujetaban sus brazos. Y luego oyó su voz, susurrando en su oído.
-"Sólo es un sueño, dulce Rhianna" dijo, su voz hipnotizándola con su poder. -"Sólo un sueño... "
Sus párpados se cerraron, pero no antes de que le viera levantarse de la cama como una niebla oscura. Se encogió de miedo y él se fue como si nunca hubiera estado allí.
Pero, claro, solo era un sueño.
Capitulo 4
Se oscurece mi mirada en tu presencia
Y rezo para que nunca puedas formar parte
del hambre que da zarpazos a mis órganos vitales
del mal que ennegrece mi corazón.
Rayven la siguió con la mirada, sus manos en puños apretados. Había sido un error, unirse a ella durante la cena. Antes nunca había pasado el rato con las mujeres que había traído. Las usaba tanto como era seguro, luego les pagaba holgadamente y las despachaba lejos, con la advertencia de que nunca más volvieran. Nunca había vigilado tan ávidamente a ninguna de las demás mientras dormían, o había ardido con tanto anhelo por tocar su cuerpo.
Excepto con Rhianna. .. Ella le atraía de una forma que no entendía. No era diferente a las demás. Todas habían sido jóvenes. Todas habían sido bellas. Aunque ninguna había sido tan joven ni tan bella, como Rhianna. Todas habían nacido pobres e ignorantes. Pero ninguna había expresado tal ansia por aprender.
Debería despacharla ahora, antes de que fuera demasiado tarde.
Pero sabía que no lo haría.
Cogió la capa de la silla, emitiendo un profundo suspiro. Clavó los ojos en el líquido granate durante un largo momento, repentinamente se sintió enfermó por la mezcla de sangre y vino que le había sostenido durante cuatrocientos años. Con un juramento, arrojó la copa a la chimenea y salió del cuarto.
Rhianna se recostó sobre sus talones, con un sentimiento inmenso de satisfacción mientras examinaba su trabajo. Le había costado horas de arduo esfuerzo, pero los jardines del castillo habían florecido con un alegre colorido. Meses atrás, no había habido nada allí, solo tierra reseca y unos cuantos rastrojos. Ahora, había flores de todas clases y colores, helechos y arbustos.
En su casa, había pasado muchas horas trabajando en la parcela de huerto, cavando con el azadón, arrancando las malas hierbas de raíz, arando. No había tiempo ni sitio para desaprovecharlo plantando flores.
Levantándose, presionó la espalda con su mano. Pero ahora... Cerró sus ojos, deleitándose en el calor del sol, con la intoxicante fragancia que la rodeaba. Había sido un trabajo agradable. También había plantado algunas verduras, pero sólo las que le gustaban a ella.
Quitándose el sombrero de ala ancha, anduvo por el estrecho sendero bordeado de flores. Además de flores, había plantado árboles frutales, pensando que no solo añadirían belleza a los ojos, y un lugar de sombra al sol, sino también obtendría una abundante cosecha.
Cuando arregló todo el jardín, se quedó mirando al laberinto que se levantaba cerca del muro del castillo. Los setos de protección que formaban el laberinto eran lo único en el huerto que no había necesitado cuidado. Había vagado por el borde del laberinto varias veces, pero nunca había encontrado el valor para entrar. Había algo ominoso en el lugar, aunque no podía decir el qué. Quizá era su miedo a perderse en su interior por muy irracional que fuera
Con un suspiro, se sentó en uno de los bancos de mármol esparcidos a través del jardín. Habían pasado tres meses desde la noche en que Lord Rayven se unió a ella en el comedor. ¿Por qué la había buscado esa noche? ¿Y por qué no había de nuevo buscado su compañía?
Hacia ya casi seis meses que vivía en el castillo. Cualquier cosa que deseaba era suya. Tenía todas las ropas que podría necesitar en toda una vida. Se había convertido en una ávida lectora y había descubierto que tenía un talento innato para tocar el piano, y pintar. En verdad, tenía todo lo que podía querer en la vida, todo excepto alguien con quien compartirlo.
Cuándo estaba aburrida, Bevins la llevaba al mercado del pueblo vecino para hacer las compras y luego, como una sombra silenciosa, la seguía a dondequiera que fuera. Había sido entretenido comprar todo lo que quisiera y comer en las posadas, si no hubiera sido para las miradas atrevidamente curiosas que le dirigían. A excepción de los tenderos, nadie más le hablaba, aunque quienes se cruzaban con ella, la saludaban amablemente. Le asombraba que los chismes de su pequeño pueblo hubieran llegado al pueblo vecino, ya que todo el mundo que encontraba parecía saber que vivía en Castillo de Rayven. Algunas veces ella oía mencionar el nombre de Rayven, pero siempre en silenciosos susurros, siempre seguido del signo de la cruz. Eso le producía una sensación de amarga soledad.
Una vez, había preguntado a Bevins si podía invitar a su madre y sus hermanas al castillo. Él había contestado, -"No, señorita, no puede" en un tono tal, que no se lo pidió nunca más.
Ocasionalmente, se preguntaba si él le permitiría ir a visitar a su familia, pero nunca reunió valor suficiente para hacer la pregunta.
Algunas veces, se sentía como una princesa de un cuento de hadas, a la que se la encarcelaba en un castillo mágico pero alejada del resto de mundo.
Y siempre, acechando en el fondo de su mente como una oscura sombra, estaba Rayven. Nunca le veía, nunca oía su voz, solo en sus sueños. Se preguntaba qué era lo que hacía durante todo el día, incluso si estaba en el castillo. Por lo que sabía, él podía haber abandonado el castillo hacía meses. Rayven. Era como un acertijo sin respuesta, un misterio que no podía ser solucionado. ¿Por qué la había traído aquí?
Era un pensamiento que prevalecía en su mente durante todo el día, y la acompañó al acostarse esa noche.
El estaba en uno de los cuartos en la torre este, mirando por la ventana, hacia el patio de debajo. Bañadas por los rayos plateados de la luna, las blancas rosas resplandecían como flores etéreas plantadas en algún místico jardín. Sentía un repentino anhelo por errar entre las plantas durante la luz del día, por ver los innumerables colores de las flores que Rhianna había plantado, por tocar los pétalos que sus manos habían tocado. En la oscuridad, los brillantes colores del arco iris parecían opacos, faltos de vida.
Volviéndose de espaldas a la ventana, se puso la capa y los guantes. Quizá le apaciguaría un paseo a medianoche; Si no lo hacía, iría a Cotyer y pasaría las horas restantes de oscuridad en las mesas de juego y se mezclaría, aunque fuera por unas pocas horas, en una semblanza de normalidad.
Saliendo del cuarto, echó el candado a la puerta, luego pasó velozmente a lo largo del oscuro vestíbulo y bajó las escaleras.
Sus pasos se detuvieron cuando se acercó a los establos. Abruptamente, dio media vuelta y fue hasta el patio lateral. Lo envolvió la fragancia de centenares de flores, de tierra fresca recién arada, de hierba y árboles, mientras caminaba lentamente por los estrechos senderos, parándose a veces para acariciar la blandura aterciopelada de una rosa. Rhianna había hecho esto, había convertido la fealdad en belleza. Se preguntó si en caso de que tuviera la oportunidad podría ella obrar el mismo milagro con su vida.
Un susurro en el aire, el perfume de piel caliente, le alertó de su presencia. Se le acercó rápidamente, su mirada fija perforando la oscuridad.
-“Sal fuera" dijo. -"Sé que estas aquí”.
Ella dio un paso adelante fuera de las sombras que la ocultaban, sus mejillas arreboladas, sus manos sujetando los pliegues de su capa. La luz de luna provocaba reflejos plateados en su pelo, reflejando su piel de alabastro.
-“¿Qué estas haciendo aquí afuera a estas horas de la noche"? Le preguntó.
-"Yo... "
-"Habla sin temor, muchacha. No tengas miedo".
-"Le vi desde mi ventana, y me pregunté que era lo que estaba haciendo aquí afuera a estas horas".
-"Pensaba en ti" admitió.
Sus palabras enviaron una corriente de excitación por su columna vertebral. –-“¿Lo hacía, Su Señoría"?
Él asintió, mirándola fijamente de arriba a bajo. Ella llevaba una gruesa capa de terciopelo de color melocotón. Unas plumas blancas enmarcaban su rostro. Sus pies estaban descalzos y extrañamente provocativos.
-“¿Por qué no estas durmiendo, dulce Rhianna?”.
-"Porque, pensaba en Su Señoría" contestó francamente
-“¿De verdad?”. Sorprendido por su candor, y contento por saber que había estado en sus pensamientos, dio un pasó más cerca.-“¿Qué estabas pensando"?
-"Me preguntaba que es lo que había hecho para desagradarle”.
-"Me complaces mucho, Rhianna". Demasiado para la tranquilidad de mi espíritu, pensó, metiendo sus manos en los bolsillos para abstenerse de tocarla, de tomar aquello de lo que estaba tan hambriento.
-"No le he visto durante meses, Su Señoría". Debería alegrarse por eso, pensó, pues él era misterioso, y, algunas veces, un poco atemorizante. Pero los pocos momentos que habían pasado en su presencia habían sido embriagadores.
-"Deberías alegrarte de no haber tenido que verme” contestó intempestivamente.
-“¿Debería?”.
Él miró en lo profundo de sus ojos, indagando sus pensamientos, sintiendo su aislamiento, su confusión.
Ella era una joven al borde de la feminidad, anhelando algo que no entendía. Como un violín, aguardando el toque de la mano del maestro para poner de manifiesto la música que había dentro de el.
Explorando en las profundidades de sus ojos, se acercó a ella. Necesitando tocarla, con el temor de ser rechazado, se sacó los guantes y los tiró a un lado. Un jadeo ¿o era eso un suspiro? Escapó de sus labios, cuando su mano acarició su mejilla.
-“¿Su Señoría?” Él oyó su incertidumbre en el estremecimiento de su voz.
-"No te lastimaré" dijo Rayven, rogando que fuera verdad.-"Solo quiero tocarte. Tu piel es tan suave, dulce Rhianna. Tan suave... " Doblando su cabeza, cubrió sus labios con los suyos. -"Dulce" dijo -"Tal como me imaginaba que serían".
Ella se quedó mirándolo fijamente, atrapada en el fondo de sus ojos, mientras un temblor de placer la atravesaba. Había tal fuego en su toque, tal magia en su beso, que la hizo sentir cambiada para siempre.
Con un suave gemido, él dio un paso hacia atrás, con el hambre y el deseo rugiendo en su interior.
Tomándola de la mano, se introdujo en el laberinto.
Un sentimiento de temor llenó el corazón de Rhianna al sobrepasar la entrada. Con un grito mudo, tiró fuertemente en su mano.
-“¿Qué ocurre?” Él preguntó.
-"El laberinto". Ella negó con la cabeza.-"Me asusta.”
-“No hay nada que temer".Ella lo miró, sus ojos iluminados por la luz de la luna. Su mano era pequeña y caliente en la de él.
Él podía ver los latidos de su corazón corriendo a toda velocidad por su garganta.
-"Ven, Rhianna," murmuró, con voz baja y seductora.-“No tengas miedo.”
Como si estuviera hipnotizada, caminó detrás de él. Mirando nerviosamente de derecha a izquierda a medida que se sumergían en las profundidades del laberinto. Pronto, los altos setos de protección se levantaron por todas partes, envolviéndola en un mundo de verdor silencioso de.
Perdió la noción del tiempo hasta que le pareció que había caminado por el laberinto durante horas. Rayven a su lado era una figura alta y oscura. La luna lanzaba rayos de plata que se reflejaban en su pelo. Su capa negra flotaba sobre sus hombros como si de una gruesa capa de niebla se tratara. Nunca había visto una capa como la de él. Parecía viva en cierta forma, se movía cuando él se movía, rodeándole con sus pliegues protectores. Su perfil era afilado, todo él ángulos y duros planos, pero curiosamente bello. Se preguntó, si era así como se percibía la muerte, oscura y seductora.
Le tomó un momento percatarse de que él había dejado de caminar. Echando un vistazo alrededor, vio lo que una vez había sido un jardín de rosas, pero que sin embargo ahora todo lo quedaba de él eran algunas plantas muertas. En el centro del pequeño jardín había una estatua de bronce representando un lobo aullando, y a su lado, la figura de un cuervo esculpido en mármol negro.
Un temblor de ansiedad bajó por su columna vertebral. Una extraña elección para la ornamentación de un jardín, pensó.
Consciente de la mirada fija de Rayven, volvió su rostro hacia él.-"Yo... Estoy segura de que alguna vez esto fue un lugar muy hermoso".
Él arrugo su frente, sus labios curvados en sardónica diversión.-“¿Tu crees?”.
-"No lo sé. Creo que podría haberlo sido".
Él le dio la espalda y miró las estatuas, notó la oscuridad levantándose en su interior, oyó el instinto de la fiera salvaje llamándolo en voz alta, urgiéndole a despojarse del fino barniz de humanidad y correr desnudo y salvaje a través de la noche.
-“¿Su Señoría?”.
El miedo subyacente en su voz, le sacó del borde de la oscuridad. Sintiéndose como si también él fuera frío como el mármol, se giró hacia ella.
-“¿Puedes hacer un milagro aquí, dulce Rhianna?”. Le preguntó suavemente. –“¿Puedes cambiar esta fealdad en belleza?”.
Rhianna indagó en sus ojos, preguntándose si él hablaba del jardín, o de sí mismo.
Puso un dedo bajo su barbilla y le alzo el rostro. -“¿Podrías hacerlo, dulce Rhianna?”.
-"Lo intentaré, Su Señoría".
-“¿Querrías besarme, muchacha?”.
-"Si usted lo desea".
-"No, porque yo lo desee Rhianna. Quiero que me rodees con tus brazos y me beses por propia voluntad”.
Él estaba solo, pensó, tan solo como ella.
El tiempo se detuvo, y tomo plena conciencia de todo lo que había a su alrededor. Sintió la fresca humedad de la hierba bajo sus pies al acercarse a él, hasta que sus cuerpos casi se tocaron. Al poner sus manos sobre sus hombros notó que su capa era suave bajo su tacto. Las aletas de su nariz se llenaron de su esencia, un perfume salvaje, almizcleño que le recordaba a hierba húmeda y lluvia.
Entonces se puso de puntillas y le besó. Sus labios eran frescos y firmes. Cuando empezó a alejarse, su brazo se curvó alrededor de su cintura y la sujetó más cerca de él. Notó los pequeños escalofríos que sacudían su cuerpo, sospechando que él mantenía bien a raya sus emociones, sintiendo la fuerza subyacente que moraba en él.
Sus ojos se cerraron, cuando pasó su lengua por su labio inferior, y luego la introdujo en su boca. Calor y el fuego estallaron dentro de ella, irradiando hacia afuera, hasta que sintió como si se derritiera entre sus brazos. Imágenes distorsionadas invadieron su mente, un lobo encorvándose sobre su presa, un enorme pájaro negro bebiendo sangre oscura en una copa de cristal, una espesa niebla gris moviéndose por las oscuras calles de un pueblo.
Oyó a Rayven jurar por lo bajo mientras la soltaba.
Las imágenes desaparecieron repentinamente, como si se tratara de una pizarra a la que hubieran borrado totalmente se tratara, lo miró aturdida y como si la hubieran privado de algo.
-“¿Rhianna? ¡Rhianna!”.
-“¿Sí, Su Señoría"?
-“¿Estás bien?
-"Yo... no lo sé. Creí que vi... "
-“¿El qué?”.
Ella negó con la cabeza. -"No lo recuerdo".
Maldiciendo por lo bajo, la rodeó con sus brazos, su barbilla descansando ligeramente sobre su cabeza.
-"Te ruego me perdones, dulce Rhianna" murmuró roncamente.
-“¿Perdonarle a usted, Su Señoría? ¿Pero por qué? ¿Qué es lo que ha hecho usted?”.
-"Espero que nunca te enteres" contestó, con voz angustiada.
La abrazó durante mucho tiempo, dejando que su poder fluyera sobre ella, calmándola. Ella cerró sus ojos, apaciguada, como un niño por la constante pulsación del corazón de su madre bajo su mejilla.
Viendo que el sueño se apoderaba de ella y murmurando su nombre, la alzó en brazos. Con los ojos cerrados y la luz de luna brillando tenuemente en su rostro parecía una princesa de cuento de hadas.
Lo invadió una oleada de ternura mientras la sacaba del laberinto hacia la silenciosa oscuridad del castillo.
En su cuarto, la acostó vestida en la cama y la arropó. Era la inocencia personificada, y por primera vez durante en años, odió ser lo que era, porque le negaba toda esperanza de tener una vida normal, de disfrutar del amor. Nunca tendría una esposa, nunca conocería la alegría de sostener a un hijo suyo.
La ternura dio paso al arrepentimiento, el arrepentimiento al enojo y el enojo ardió profundamente en él. Después de ser transformado se había resignado a vivir en soledad. Sabía que este tipo de cosas siempre le estarían prohibidas, y había dejado de albergar cualquier deseo en su corazón, de tener una casa y familia propia.
Se había creído contento y feliz, hasta que conoció a Rhianna. El verla, abrazarla, había despertado sentimientos y deseos que habían permanecido dormidos en su interior durante siglos.
Con un débil gruñido, se inclinó hacia ella, odiándola por el poder que ejercía sobre él, por la debilidad que sentía cuándo la miraba. Su mano apartó un mechón de pelo de su cuello.
Su perfume llenó sus las ventanas de su nariz, enardeciendo su hambre, encendiendo su deseo. Si esto era todo lo que él podría tener de ella, entonces que sólo fuera esto, y soltó a la bestia que moraba en su interior.
viernes, 13 de marzo de 2009
Capitulo 3
Anhelo lo que he perdido
Por algo que nunca podré ser.
Encubro el horror de lo que soy
Y rezo para que tú nunca me puedas ver.
Él estaba sentado en su silla favorita delante del fuego, contemplando las llamas, sin verlas. Ella había invadido su casa, sus pensamientos, sus sueños. Nunca antes una mujer le había afectado de ese modo, Atrapándolo durante cada instante de vigilia, atormentándolo con su cercanía. Pasaba sus noches rodando cerca de su habitación, observándola, escuchando su respiración, los latidos de su corazón, el sonido de la sangre fluyendo a través de sus venas. Siempre olía a flores. Aun cuando el hambre yacía adormecida dentro de él, se sentía tentado más allá del límite de su control para poder resistirse a tocar la suavidad de su mejilla, para pasar sus dedos sobre sus labios e imaginar su boca en ellos.
Ella era tan bella, esa niña-mujer que correteaba por su casa durante el día y le mantenía en vigilia durante la noche. Conocía sus pensamientos, oía las lágrimas que algunas veces derramaba por la noche. Le complacía satisfacer cada uno de sus necesidades, vestirla con ropas finas, proveerle las mejores comidas y vinos que pudiera comprar el dinero. Se enorgullecía de su habilidad para aprender, y ordenó comprar los libros y la música que creía que le gustarían.
Era lo mínimo que podía hacer, pues ella le daba la vida, y no importa cuánto hiciera, nunca podría recompensarla por eso.
Supo el instante en que se quedó dormida. Oyó el cambio en su respiración, sintió un cambio en la casa misma, como si la vida se apagara mientras dormía.
No iría a ella esta noche. Iría a las calles y aliviaría allí su anhelo. En el mismo momento en que el pensamiento le cruzó por la cabeza, supo la mentira que era. Ya se estaba encaminando hacia allí, su inocencia llamándole, la única luz en la oscuridad de su existencia.
Silenciosamente, subió las escaleras y abrió la puerta de su cuarto. Cada noche cerraba con llave su puerta, pero ningún cerrojo le impediría entrar.
Y al instante, estaba de pie al lado de su cama, contemplándola. Era una noche caliente, y había apartado las sábanas. Su camisón se le había subido, exponiendo sus largos y delicados muslos.
Su cuerpo resucitó a la vida, el hambre y el deseo azotándolo mientras se sentaba a su lado en la cama.
Estaba inclinándose sobre ella cuando se dio cuenta de que estaba despierta y le miraba fijamente.
Segura de estar soñando, Rhianna cerró sus ojos y los volvió a abrir. La figura alta y oscura todavía estaba allí, cerniéndose sobre ella, como si fuera una sombra en la noche.
-“¿Lord Rayven?”. No podría ver su cara en la oscuridad, pero de alguna manera sabía que era él.
-“Duérme, Rhianna" dijo.-"Estas muy cansada. Tus párpados te pesan tanto, que ya no puedes mantenerlos más tiempo abiertos.”
-" No."
-"Duerme, dulce Rhianna. Dormir es lo que necesitas”.
Su voz, era profunda y melódica, envolviéndola como si de un suave capullo se tratara.
Sus párpados cayeron pesadamente, y se encontró siguiendo un estrecho sendero a través de la oscuridad. Trató de retroceder, pero sus pies no la obedecían. Su corazón latía velozmente; podía oír el murmullo de su sangre corriendo por las venas mientras se acercaba, preguntándose quien la aguardaría esta noche entre las sombras, el hombre que la estrechaba entre sus brazos y la sujetaba como si fuera un precioso regalo, o el que devoraba su carne. ¿Se despertaría sintiéndose amada y protegida o sollozando de terror? ¿O quizás sería ésta la noche de la que ya jamás despertaría? ...
Se despertó ante el sonido de sus propios sollozos. Desorientada, miró a su alrededor, su pulso calmándose gradualmente cuando se percató de que la pesadilla había terminado y estaba a salvo en su cuarto.
Miró hacia la puerta. La llave estaba todavía en el cerrojo. Sólo había sido un sueño, y pero realmente había sido tan vívido, que habría jurado que Lord Rayven esta noche había entrado en su cuarto, que se había despertado y le había encontrado sentado a su lado en la cama, resplandeciendo sus ojos con una luz siniestra mientras la contemplaba y se inclinaba sobre ella.
Rhianna negó con la cabeza para aclarar las imágenes de su mente. Simplemente había sido un sueño. Eso era todo lo que había sido, simplemente un sueño. Apartó un mechón de pelo de su cuello cuando sus dedos se detuvieron al encontraron algo parecido a la picadura de un insecto.
Pasó el día en su cuarto y trató de estudiar sus lecciones, pero no podía concentrarse. Trató de tomar una siesta, pero el sueño la eludió. No tenía apetito para almorzar.
Bevins pasó por su cuarto varias veces, su frente arrugada con preocupación. Una vez, le pidió que le mirase las marcas en su cuello. Una sombra pasó por encima de sus ojos mientras examinaba las diminutas heridas. No es nada, señorita, le había asegurado. Una picad de algún insecto. Perfectamente inofensivo.
Al atardecer, dejó a un lado su letargo, tomó un baño, y se vistió para cenar.
Bevins había terminado de servir el primer plato cuando Rhianna sintió un repentino hormigueo. Mirando por encima su hombro, vio a Lord Rayven de pie en el umbral de la puerta, vestido como siempre de negro impecable.
-"Su Señoría". Empezó a levantarse, sobresaltada por su inesperada aparición, inquieta por el hecho de que él era un hombre que poseía títulos y propiedades, y ella no era nada más que su criada, no importaba que nunca tuviera que servirle.
Hizo un ademán para que permaneciera sentada mientras él también se sentaba en el otro extremo de la mesa frente a ella.-“¿Te importa si te acompaño?”.
-"Claro que no. Después de todo esta en su casa”.
Ella jugueteó con su servilleta mientras él reclinaba en su silla. Un momento más tarde, Bevins entró en el cuarto con una jarra de cristal y una copa, que depositó frente a Rayven.
-"Gracias, Bevins," dijo Rayven.- "Eso es todo”.
-" Como usted guste, Su Señoría. Buenas noches, señorita”.
Cuándo estuvieron solos de nuevo, Rayven estudió la cara de la muchacha, notando las profundas ojeras debajo de sus ojos.
-“¿Te encuentras bien?”.
-"Sí, Su Señoría".
-“¿Eres feliz aquí"?
Mientras desviaba su mirada dijo: -“No estoy descontenta, Su Señoría". Señalando las bandejas llenas de carne y aves de caza en el centro de la mesa, dijo: -“¿Desea comer algo, Su Señoría? Bevins es muy buen cocinero”. Sintió que sus mejillas se arrebolaban.-"Aunque supongo que no es necesario que yo se lo diga".
Una sonrisa débil gravitó sobre sus labios.-“No, gracias. ¿Cómo van tus lecciones?”.
-"Bastante bien, creo. Bevins dice que tengo un talento innato para la música, pero es la lectura lo que más me gusta”.
-“¿De verdad?”.
-“¡Oh, sí! Los cuentos de valientes caballeros y bellas damas, de tierras lejanas, dragones y brujos”.
Las manos de Rayven se cerraron con fuerza en su regazo mientras observaba su rostro, tan lleno de vida, tan expresivo. Tan joven. El calor fluyó a través de él mientras ella seguía hablando, con su voz llena de excitación por sus muchos descubrimientos. ¿Alguna vez en toda su vida, había sido él, tan joven, había estado tan hambriento por aprender?
Rhianna se mordió los labios, repentinamente consciente de la mirada de Rayven fija en su rostro. Sus ojos, oscuros como la niebla de medianoche, parecían llegar hasta el mismo fondo de su alma.
-"Yo... Lo siento" tartamudeó.-"No quería cansarle con mis historias. Debo parecerle una tonta”.
-"De ningún modo. Quizá... " Él aspiró profundamente. "¿Querrías esta tarde leer algo para mí en voz alta?".
-"Oh, yo... Todavía estoy aprendiendo. Me temo que usted pronto se aburriría".
-"Me complacería mucho, Rhianna".
-"Muy bien entonces, si está usted seguro”.
-"Muy seguro".
-“¿Querría tomar un vaso de vino, Su Señoría"?
Cuando asintió, ella levantó la jarra y llenó su vaso, notando, por primera vez, que el vino era rojo oscuro. Como la sangre.
Las puntas de sus dedos rozaron los suyos cuando él tomó el vaso de su mano. Se sintió alarmada al notar como saltaban pequeñas chispas de calor de su piel a la de ella, desordenadas imágenes llenaron su mente, imágenes de un hombre contorsionándose por el dolor, sangrando, gritando.
Tan rápidamente como habían aparecido, se fueron, dejándola preguntándose si lo había imaginado todo.
Rayven se reclinó en su silla, mirando fijamente su rostro. ¿También la había notado ella, la chispa que había saltado entre ellos? Había vislumbrado un manantial de esperanza en su interior, un anhelo por una casa y una familia propia, nostalgia por la casa que había dejado atrás. ¿Pero qué era lo que ella había percibido de él?
Rhianna tomó un profundo aliento, insegura por la tensión entre ellos.
-“¿Le importa si comparto su vino?”.
-"Dudo que te guste".
Ella miró el oscuro líquido de la jarra, entonces cogió un vaso, y se lo llenó de agua.
-“Termina tu cena, Rhianna,"dijo. -"Necesitas mantener tus fuerzas".
-“¿Por qué? Nunca hago nada más extenuante que tocar el piano”.
-"Pero tienes hambre”.
Obedientemente, cogió su tenedor y empezó a comer. Después de todo, realmente tenía hambre.
Más tarde, él se sentó en una silla ante el fuego, sorbiendo de su copa, mientras ella leía en voz alta. Una y otra vez, ella miraba en su dirección, esperando que diera señales de estar aburrido o dormido, pero siempre le encontraba observándola, sus ojos negros insondables ardiendo con un extraño fuego, un calor más caliente y más penetrante que el que irradiaban las crujientes llamas de la chimenea.
-“Hablame de ti" dijo, asombrándoles a ambos.
-"Hay pocas cosas que contar, Su Señoría. Tengo a cuatro hermanas, todas más jóvenes que yo". Su voz se volvió amarga.-"Mi padre me vendió. Seguramente eso le dice a usted todo lo que necesita saber".
-“Eso me dice que él necesitaba el dinero".
-"Pudo haber vendido su caballo".
Una sardónica sonrisa curvó los labios de Rayven. –“¿Y arrastrarías tú el arado en el lugar del caballo?”.
Ella levantó su barbilla provocadoramente.-"Ya lo he hecho antes".
Su admisión pulsó una fina cuerda en su interior. Orgullosa, a pesar de su pobreza era orgullosa.
-"Nunca tendrás que hacerlo de nuevo".
-“¿Por qué me compró usted?
Rayven se encogió de hombros, incapaz de admitir la verdad.-“¿Tú por qué crees?”.
-"No lo sé". Su mirada se desvió de la de él. -"Creí que... creo... "
-“Sigue, ¿que fue lo qué creíste?”.
-"Nada".
-"Dímelo”.
Ella oyó la fría orden bajo sus palabras expresadas con delicadeza.
-"Creí que usted me compró para que no tuviera que desnudarme delante de los demás".
-"Eres muy perceptiva dulce Rhianna".
-“Si no fue por eso, ¿entonces por qué? Usted nunca... " El rubor subió por sus mejillas, y agachó su cabeza mirando el libro.
-“¿Nunca voy a tu cama?”.
Ella no alzó la cabeza, pero asintió.
-“¿Y eso te molesta?
-"Oh, no," dijo rápidamente. No la molestaba, no realmente, aunque le tocaba un poco en su orgullo, el pensar que la encontraba tan desagradable que le era completamente indeseable.
-"Rhianna, mírame”.
Lentamente, alzo su mirada, fijándola en su rostro.
-"Eres una mujer muy bella " dijo quedamente. -"Pero eres muy joven. Demasiado joven para mí". Sus manos se cerraron con fuerza en su regazo.-“Alégrate de que no vaya a tu cama". Un escalofrío la recorrió mientras su mirada la atrapaba.
-"Si lo hiciera, no te gustaría lo que ocurriría".
Ella se quedó mirando sus ojos fijamente, atrapada en su oscuridad, en una helada oscuridad, pero que a la vez era más caliente que una llama. Fue como investigar la eternidad, pensó en una oscura laguna mental interminable llena de tal anhelo que quiso llorar.
Mascullando un juramento, Rayven se puso de pie.
-“Vete a dormir, Rhianna," dijo de manera concisa.
Asustada por el revuelo hirviente en su voz, se levantó y corrió hacia su cuarto. El pánico prestó alas a sus pies, y subió rápidamente las escaleras hasta su dormitorio. Dentro, cerró con llave y se derrumbó en la cama, sintiendo que había escapado, de algo, aunque no sabía a ciencia cierta de qué.
jueves, 12 de marzo de 2009
Noticias de Luna Nueva Secuela de Crepusculo
Marzo 11, 2009 - Por Redacción · Publicado en Cine, Portada
A pesar de las insinuaciones de que Jacob y Bella no compartirán un beso en la primera secuela, Lautner dio una chispa de esperanza de que esto si podría ocurrir en “Eclipse”. “Tal vez verán un poco más de acción en la tercera”, dijo. “Estoy emocionado por ello.”
Lautner, de 17 años, además, ofreció además pistas de que “Amanecer” estaría en los planes de la productora, diciendo: “Les digo a los fans vayan a ver a Luna Nueva, al menos, una vez más de lo que vieron Crepúsculo y todo estará bien,” implicando con ello que la cuarta película se la saga dependerá de como resulten en la taquilla Luna Nueva y Eclipse.
Añadiendo más a su comentario sobre “Amanecer”, Lautner se mostró de acuerdo con la observación de Kristen Stewart en cuanto a que no hay ninguna razón por la que la película no verá la gran pantalla. “Ahora que he visto este tipo de pasión y dedicación de los fans, yo no veo una razón [para que Amanecer] no ocurrirá”, dijo.
Inframundo 3 La Rebelion de los Lycans!!
Capitulo 2
La luna es mi sol
La noche es mi día
La sangre es mi vida
Y tú eres mi presa.
Rhianna se despertó lentamente, y en el momento en que abrió los ojos, creyó que todavía estaba soñando.
Se incorporó, dejando las almohadas detrás de ella. Anoche, no había reparado en la habitación. Ahora, contempló el cuarto con jadeante admiración. Un papel a rayas azules y blancas adornaba la pared. Pesadas cortinas de damasco azul cubrían las ventanas; Una colcha a juego estaba doblada al pie de la cama. Había una alfombra gruesa en el suelo, tejida a rayas azules.
Estaba a punto de salir de la cama cuando oyó un golpe en la puerta.
-“¿Señorita Rhianna…?”
-"Sí, adelante".
Subió las sabanas hasta su pecho, mientras Bevins abría la puerta y entraba en el cuarto.
-"Lord Rayven me ordenó que esta mañana después del desayuno la llevara de compras.”
Rhianna asintió. -"Sí, eso me dijo”.
-"Le he traído unas ropas para ponerse" dijo, depositando una gran caja encima de la mesita de noche. -"Por favor baje a desayunar cuando este vestida.”
-"Así lo haré, gracias.”
-“¿Desea usted alguna otra cosa?”
Rhianna negó con la cabeza.
-"Muy bien, señorita. La espero dentro de ¿digamos media hora?”
-"Esta bien.”
-"A menos que desee desayunar en la cama".
-“¿En la cama?, no estoy enferma.”
Una leve sonrisa titiló en sus labios. -"Dentro de media hora, entonces" dijo, y dejó el cuarto, cerrando la puerta silenciosamente.
-"Desayunar en la cama" Rhianna murmuró sonriendo. "Imagínate eso…".
Levantándose, abrió la caja, maravillada al ver lo que había dentro. El vestido era de tafetán a rayas marrones y naranja, un cuello a juego y mangas abolladas. Un ramillete de flores de seda amarilla adornaba la cintura. Pasó sus manos sobre la ropa interior, incapaz para creer en su exquisitez. Era toda de fino hilo de algodón con delicados bordados en rosa, tan bonita, que deseó poder llevarla puesta por encima de la ropa. No había poseído unas prendas tan finas jamás en toda su vida.
Se vistió despacio, inspeccionando cada prenda. Pasó de nuevo la mirada alrededor del cuarto, esperando con ilusión poder mirarse en un espejo. En su casa, un espejo se consideraba un lujo más allá de su alcance, pero seguramente Lord Rayven debía tener muchos.
Era extraño, pensó mientras bajaba por las escaleras. Pero por otro lado, rumores de extrañas actividades en el castillo de Lord Rayven corrían por toda la ciudad. Unos cuantos decían que el lugar estaba embrujado; Otros que sabían de mujeres que habían ido allí y que nunca habían sido vistas de nuevo. Pero eran sólo rumores, y ella nunca había dado demasiado crédito a las habladurías. Después de todo, la gente decía que su padre bebía demasiado y que golpeaba a su esposa y a sus hijos, pero Rhianna sabía que eso no era cierto. Vincent McLeod podía no ser el más amable y cariñoso de los padres, pero tampoco era el monstruo que decían.
Cuando llegó a la planta baja, deambuló de habitación en habitación descubriendo: cielos rasos abovedados, paredes cubiertas de oscura madera, pesadas cortinas en las ventanas, costosos tapices y bellas pinturas en las paredes, numerosas estatuas y esculturas de plata, madera y bronce. Espadas cruzadas sujetas encima de unas macizas chimeneas de piedra. Alfombras caras importadas de lugares exóticos. Pero ningún espejo. Frunció el ceño. Tampoco había ningún reloj en la casa.
El comedor, como los otros cuartos de la casa, era grande, oscuro y costosamente amueblado.
Un gran mantel de fino lino cubría la gran mesa con un par de candelabros de plata situados en el centro. Unas cuantas velas blancas y delgadas iluminaban tenuemente el cuarto. Verdes cortinas de terciopelo cubrían las ventanas. Había una pintura de una escena de caza en una pared, era de una puesta de sol con remarcados rayos de luz de un color rosado rojizo.
Sólo había un servicio de cubiertos sobre la mesa. El plato era de porcelana china ribeteado con oro, el vaso para beber agua era de fino cristal, la cubertería era de oro. Asombrada ante tal opulencia, se sentó.
Momentos más tarde, Bevins entró en el cuarto, con una bandeja tapada. Cuando la destapó, una variedad de sustanciosos aromas llenó el cuarto. Había jamón cortado en rodajas, huevos escalfados, esponjosos panecillos, suave mantequilla, una jarra de mermelada de membrillo, un tazón de gachas de avena, fresas frescas y melocotones cortados en rodajas, y una taza de té.
-"Espero que todo sea de su agrado, señorita," dijo.
-"Oh, sí". Ella nunca había visto tal cantidad de comida junta. -"¿Me acompañará…?. ¿Querrá Lord Rayven acompañarme para desayunar?”
-"No, señorita".
Debería haberse sentido aliviada. En lugar de ello, sintió una oleada de decepción.
-“¿Desea alguna otra cosa señorita?”.
-"No, gracias".
-" Muy bien, señorita. Traeré el coche cuándo usted este lista para salir".
Rhianna asintió, abrumada por la riqueza de su alrededor, y la cantidad de comida presentada.
Desde luego, no se lo podría comer todo, pero probaría de todo un poco, y cuándo veinte minutos después se reclino en la silla, le maravilló ver que no quedaba nada. Se lo había comido todo.
Pasó el resto de la mañana en casa de Madame Sofía. Sin saber que telas y estilos elegir, Rhianna se sometió a los gustos de la modista, quién, después de tomar sus medidas, despidió a Rhianna con la promesa de que tres vestidos de día iban a serle entregados a la siguiente tarde, y el resto dentro de una semana, junto con toda la ropa interior necesaria, y todos los sombreros, zapatos, guantes, y parasoles que una señorita necesitaba.
La cabeza de Rhianna daba vueltas mientras regresaban al castillo.
Bevins preparó una comida abundante, y después de que Rhianna le diera las gracias, le sugirió que subiera a tomar una siesta.
Rhianna sonrió. ¡Una siesta en mitad del día! Nunca se había permitido ese lujo antes. Aunque sonaba tentador, pero no estaba cansada.
-“¿Podría dar un paseo por la casa?”
-" Desde luego señorita. Ésta es ahora su casa. Puede explorar cuanto quiera. Todos los cuartos están abiertos salvo los de la torre este”.
-"Gracias, Bevins".
-“¿A qué hora le gustaría cenar, señorita?”.
-"No lo sé. ¿A qué hora cena normalmente Lord Rayven?”.
-"Lord Rayven raramente cena en casa".
-"Oh". Sintió una nueva oleada de decepción al recordar que Lord Rayven le había dicho que no lo volvería a ver. Si bien la asustaba, también creía que era el hombre más fascinante que había conocido en toda su vida.
-“¿A las siete en punto, señorita?”
-“¿Qué? Oh, sí, esta bien. Gracias”.
Pasó el resto de día explorando el castillo y creyó que nunca encontraría el camino de vuelta, tantos eran los cuartos, escaleras y pasillos por los que anduvo.
Paseó por la parte más antigua, donde, en otros tiempos, había estado el granero y donde se almacenaban las cajas y barriles de provisiones.
El segundo piso alojaba los aposentos de los habitantes del castillo y las salas comunes. La cocina de Bevins estaba situada allí, junto a una despensa grande, y bien surtida.
Un pasillo conducía hasta un dormitorio donde dormían las doncellas del castillo. Se le ocurrió a Rhianna que su habitación, que era el cuarto más grande de todos los que había visto, por lo que debía de haber sido el aposento del Señor y la Señora del castillo. Esa seguridad le hizo preguntarse nuevamente donde estaba la habitación de Lord Rayven.
Paseó por otro corredor, contenta de que se le hubiera ocurrido traer una lámpara, pues los pasillos estaban muy oscuros. Nunca había sido dada a hacer volar la imaginación y no iba a comenzar ahora, aunque, si uno no creyera en fantasmas y duendes, el castillo de la montaña del Árbol del Diablo sería el lugar perfecto para empezar a hacerlo.
Hizo una pausa, admirando las pinturas y los suntuosos tapices que colgaban de las paredes.
El primer cuarto al que llegó era una biblioteca con más libros de los que podría leer en toda una vida. Rhianna pasó sus dedos por los lomos. Cogió un pesado volumen de otro estante y lo abrió, mirando fijamente y con admiración las letras delicadamente impresas en las brillantes paginas. Vio bellos dibujos de querubines y caballos alados.
Pasando las páginas, encontró dibujos de lobos, cuervos, murciélagos, y una esquelética figura con una capa negra, un ángel oscuro que sujetaba una calavera en una mano y un cáliz de plata en el otro.
Perturbada por las imágenes, cerró el libro y lo devolvió al estante.
Entró en un gran salón. Era un cuarto, dónde alguna vez debieron de haber cenado los dueños del castillo, estaba provisto de una larga mesa y una sola silla alta de madera negra. Mirando con atención, vio que el respaldo de la silla estaba labrado con formas que dibujaban la figura de un cuervo con las alas extendidas. Armas de todos los tipos imaginables, decoraban las paredes.
Un solarium localizado en la parte este de la casa estaba invadido por las plantas salvajes.
Distraída explorando el castillo, pasaron más de tres horas, sin que apenas se diera cuenta.
Permaneció algunos minutos en el cuarto de música, rozando con sus dedos las teclas amarillentas de un pequeño piano. A menudo había deseado saber tocar, pero no había tenido tiempo para aprender, ni a nadie que le enseñara. Sonrió al recordar que Lord Rayven le había prometido que recibiría lecciones de música. Una elegante arpa permanecía en una esquina del cuarto. Encontró un violín descansando en una caja polvorienta encima de una mesa igualmente polvorienta.
En el tercer piso, contó doce cuartos que dedujo una vez habían sido dormitorios para los niños del señor y sus sirvientes. Todos estaban vacíos, y cubiertos de una gruesa capa de polvo.
Subió otro tramo de escaleras y se encontró en un cuarto redondo que era la torre del castillo, desde donde se divisaba el río y el bosque a lo lejos.
Bajó varios estrechos y serpenteantes tramos de escaleras, y se encontró en una mazmorra. Arrugando su nariz por el olor a humedad y a moho sujetó su lámpara más alto y caminó unos pocos pasos, sus pisadas amortiguadas por el duro suelo de tierra. Largas filas de rejas de hierro delimitaban celdas a ambos lados del corredor.
Mientras permanecía en silencio, notó una repentina sensación de maldad.
Muchos hombres habían muerto aquí. Casi podía oír sus gritos resonando entre las grises paredes de piedra, saborear su miedo mientras encontraban una muerte violenta... .
Con un chillido de temor, cambió de dirección y salió de la mazmorra. Subió las escaleras de dos en dos, su corazón latiendo alocadamente mientras fantasmales imágenes inundaban su mente, imágenes grotescas de sangre y horror, de hombres siendo torturados, de terror y dolores intolerables.
Jadeaba cuando llegó a su cuarto. Cerró de un golpe la puerta, y echó la llave. Apagó de un soplo la vela, y se metió en la cama, intentando que su corazón dejara de golpear alocado y su pulso volviera a su ritmo normal.
No había nada malo en la mazmorra, nada de que temer. Solo era porque antes nunca había estado lejos de su casa y que junto con su vivida imaginación, la habían hecho correr asustada. Tenía suerte de estar aquí, en este lugar. Por primera vez en su vida, tenía un cuarto solo para ella, comida suficiente y bellos vestidos. Y, si debía creer a Lord Rayven, entonces cualquier cosa que deseara, la tendría.
Confortada por ese pensamiento, se quedó dormida.
Rayven estaba sentado delante de la enorme chimenea que dominaba su dormitorio, sus codos apoyados en los brazos del sillón, su barbilla descansando sobre sus manos dobladas. Estaba mirando fijamente las llamas, pero era la imagen de la muchacha la que llena su visión. Vívidos ojos azules, de un azul más profundo que el de cualquier océano. Bellos ojos azules, llenos de miedo. Pálidos labios rosados. Su piel del color de la miel silvestre. El cabello rubio dorado, que le recordaba la luz del sol que no había visto durante cuatro siglos.
Ella se había aseado muy bien, filosofó. Quizá demasiado bien. Nunca antes había traído a su casa a alguien tan joven, bella e inocente. Por un instante, pensó en enviarla de regreso. Pero fue sólo por un momento.
Miró hacia la ventana, pensando en la hora que era. A estas horas, seguro que ya estaría dormida.
Se humedeció los labios mientras se levantaba de la silla.
En un instante estuvo al lado de su cama. Por un momento, se quedó contemplándola, hechizado por su belleza, su inocencia. Dormía de lado, su mejilla descansando sobre una mano. Su pelo esparcido a través de la almohada como un rayo de luz, tentándolo a tocarlo.
Moviéndose lentamente, cogió un mechón de su pelo. Suave, pensó, era tan suave. Dejó que las finas hebras se deslizaran por sus dedos y luego, incapaz de contenerse, acarició su mejilla, dejó que las puntas de los dedos se deslizaran a lo largo de su delgado cuello rozando ligeramente el lugar donde su pulso latía acompasado y trago con fuerza. Un abrasador calor se filtro por las puntas de sus dedos. Ah, sí, tendría que ser sumamente cuidadoso con ella. Le despertaba mucho más que su odiosa hambre.
Mascullando un juramento, apartó su mano.
Ella se movió en la cama en el momento en que él se sentó a su lado.
-"Duerme, dulce Rhianna" dijo. -"Duerme tus sueños de muchacha”. Apartó un mechón de pelo de su cuello, posó sus manos ligeramente en sus hombros.
- "Descansa tranquila. No tienes nada que temer.”
Lentamente, dobló su cabeza hacia ella, su lengua acariciando su piel. Ella gimió suavemente cuando sus dientes rasparon su garganta.
-"Sueña, sueña, pequeña" susurró. - "No tienes nada que temer. Es sólo un sueño... "
A la mañana siguiente, Rhianna se despertó hambrienta y extrañamente adormilada después de toda una noche de sueño reparador. Al recordar que se había perdido la cena, atribuyo a ello la razón de su hambre así como también de su cansancio.
Al levantarse, se sintió débilmente mareada. -"Demasiado sueño y poca comida" masculló mientras deslizaba sus piernas sobre el borde de la cama y se levantaba.
Miró hacia el cordón del timbre, indecisa por llamar a Bevins, preguntándose si conseguiría alguna vez acostumbrarse a tener alguien que cumpliera cada uno de sus deseos.
-"Ningún momento mejor que ahora, para empezar a acostumbrarse a ello” razonó, y estiró el cordón.
Minutos más tarde, Bevins dio un suave golpe en la puerta.
-“Entre”.
-"Buenos días, señorita". La recorrió con la mirada, y Rhianna creyó ver una sombra de piedad en sus ojos, pero desapareció enseguida, y pensó que había estado equivocada.
-"¿Yo podría... ?, Esto es, me gustaría darme un baño, por favor.”
-"Enseguida, señorita. El agua esta calentándose.” Salió el cuarto, solo para reaparecer un momento más tarde, con una bandeja en sus manos.
-"Pensé que esta mañana le gustaría tomar el desayuno en su cuarto.”
-"Sí, me gustaría, gracias.”
-“¿Desea alguna otra cosa, señorita?”
Rhianna negó con la cabeza, preguntándose si él podía adivinar todos sus pensamientos
-"Su baño estará listo enseguida.”
-"Gracias, Bevins". Hizo una pausa, frunciendo el ceño. –“¿Cómo entró aquí"?
-"Por la puerta, por supuesto.”
-"Pero, yo... ¿Estaba cerrada con llave, no es verdad?” Miró hacia la puerta.- "Estoy segura de que anoche la cerré.”
-"Usted debe estar equivocada.”
Rhianna negó con la cabeza. -"No, estoy segura de que estaba cerrada con llave cuando me fui a la cama.
-“¿Se le ofrece alguna otra cosa, señorita?”
-"No, gracias".
Sintiéndose un poco aturdida, Rhianna apartó la bandeja y se levantó de la cama. Anoche estaba muy cansada. Tal vez no había cerrado con llave la puerta. Con una sacudida de cabeza, desechó pensar en ello de nuevo.
Tomó lentamente su desayuno, se dio un largo baño, y pasó más de una hora probándose sus nuevas ropas, deseando que hubiese algún espejo en la casa para poder ver como le quedaban.
Más tarde, le pidió a Bevins si podía conseguirle uno.
-"Lo siento, señorita," dijo Bevins, con expresión impasible, -"Su Señoría prohíbe tener ninguno en casa".
Rhianna frunció el ceño.-“¿Pero, por qué?”.
-"Lo siento, señorita. Me temo que esto es algo que debe discutir con Lord Rayven”.
-“¿Cómo puedo hacerlo, si nunca le veo?”
-"Lo siento, señorita. ¿Hay alguna otra cosa que pueda hacer por usted?”.
-"Lord Rayven dijo que me enseñará a tocar el piano y a leer".
-"Estaría encantado de poder ayudarla, señorita".
Rhianna le sonrió. -"Gracias, Bevins. Me gustaría empezar esta tarde, si no le importa”.
-"Será un placer, señorita. Nos reuniremos en la biblioteca a las tres en punto.”
Durante las semanas siguientes, los días de Rhianna transcurrían en una placentera rutina.
Cuando el clima lo permitía, pasaba las mañanas paseando por el campo; si llovía, se quedaba en casa bordando. Como todas las jóvenes, enseguida había aprendido a coser o a reparar un desgarrón, pero nunca había tenido tiempo suficiente para sentarse y aprender lo que su madre llamaba "trabajo de fantasía".
Almorzaba tarde, tomaba una siesta, y luego pasaba el resto de la tarde bajo la tutela de Bevins. Le enseñó a tocar el piano; a leer, y a escribir. Y casi gritó de puro deleite la primera vez que escribió su nombre sin ayuda ajena. Rhianna McLeod. Señorita Rhianna McLeod. R. McLeod. Lo escribió una y otra vez, pensando lo bonito que se veía, lo maravilloso que era poder escribir su nombre. Después de cenar, pasaba una hora repasando sus lecciones, y luego se retiraba a dormir.
Una tarde antes de irse a la cama, le dijo a Bevins que desearía tener un huerto; Al día siguiente, encontró una gran variedad de semillas sobre un banco en el patio lateral.
A medida que los días pasaron, se dio cuenta de que Bevins era un hombre notable. No había otros sirvientes en el castillo. Bevins era el cocinero, el mayordomo, el ayuda de cámara, y el ama de llaves, todos en uno. Además, efectuaba las compras y hacia la colada, cuidaba las tierras y atendía a los caballos.
Nunca se entrometía en su privacidad, pero siempre estaba allí cuando lo necesitaba. Verdaderamente, era el hombre más asombroso que jamás había conocido.
Ya llevaba varias semanas en el castillo cuando comenzaron las pesadillas, eran sueños oscuros llenos de una sensación de inminente perdida, horribles sueños llenos de muerte y colmillos manchados de sangre. Otras noches, se despertaba sintiéndose querida y deseada, con su corazón latiendo alocadamente al recordar la imagen de una mano fantasma acariciando suavemente su mejilla, el contacto era extrañamente erótico. Y siempre, después de esos sueños, se despertaba cansada y hambrienta.
Expresó su preocupación a Bevins, preguntándole si debía ir a ver al doctor, pero él le aseguró que estaba perfectamente bien, que sólo era los cambios en el régimen de comidas y la atmósfera del castillo que le causaban desasosiego, y que pronto se adaptaría. Había piedad en sus ojos al decirle esto, y evitaba mirarla directamente.
-“¿Ocurre algo? Ella le preguntó. –“¿Hay algo que usted no me dice?
-"Estoy siendo tan honesto con usted como puedo, señorita".
-“¿Volveré alguna vez a ver de nuevo a Lord Rayven?”.
-"No lo sé, señorita. Espero que no" le contestó, y salió del cuarto.