miércoles, 18 de marzo de 2009

Capitulo 5

Investigo sus ojos
Y el perdón encuentro
Y por un momento
Un momento breve, dulce y brillante
Veo un fin a mi desesperación.

Había sido un error tocarla, besarla. Una vez había probado la dulzura de Rhianna, no podría pensar en nada más. La buscó a la hora de cenar, él bebía de su copa mientras la observaba comer, la escucha con arrobada atención mientras ella le explicaba como había pasado el día. Tenía una mente brillante, un intelecto agudo, y un sentido del humor encantador. Bevins le había dicho que aprendía rápidamente y que hacía notables progresos.
Rayven veía los resultados por sí mismo cada noche cuando le leía, tal y como lo estaba haciendo ahora.
Él estaba sentado en su silla favorita, frente a las llamas de un fuego que poco hacía para calentar el frío de su interior, escuchando como leía. El sonido de su voz ondulaba sobre él como el sedoso brillo de sol, más suave y caliente que las llamas que bailaban en la chimenea. La observaba con los parpados entornados, preguntándose cómo era posible que cada día que pasaba estuviera más bella. Sus mejillas florecían con fino rubor, sus ojos centelleaban, su piel resplandecía de juventud y de vida. La luz del fuego lanzaba sombras doradas en su perfil. Fascinado como un adolescente lleno de amor, se deleitaba en su cercanía, con el sonido de su voz.
Pasaron varios minutos antes de que él se diese cuenta de que ella había finalizado la lectura, mientras ella se le quedó mirando.
-“¿Pasa algo, dulce Rhianna?”.
-"No, Su Señoría".
-“¿Por qué has dejado de leer?”.
Una débil sonrisa jugueteó en sus labios. -"Hace rato que me he detenido".
Él frunció el ceño. –“¿Por qué?”
-"Porque la historia ha terminado, Su Señoría".
Él la miró durante un largo momento, sintiéndose muy tonto, y luego se rió.
Rhianna clavó los ojos en él. Raramente le había visto sonreír, nunca le había oído reír. Era un sonido maravilloso, profundo y enriquecedor. Y contagioso. Sintió una oleada de risa en respuesta a la suya, hasta que las paredes se hicieron eco del sonido.
Y luego, sin saber muy cómo, él estaba arrodillado ante ella, y la risa murió en su garganta.
-"Rhianna". Le cogió sus manos con las suyas y las beso.
–“¿Sabes cuanto tiempo hacía que no me reía tan a gusto?”.
-"No, Su Señoría".
-"Muchísimo tiempo" contestó, con su mirada fija ardiendo en la de ella.- "Más tiempo del que puedas imaginar”.
-"Entonces me alegro de haberle hecho reír".
-“¿Qué puedo yo hacer por ti, a cambio?”.
-"¿Su Señoría"?
-“¿Un nuevo vestido que haga juego con el color de tus ojos? ¿Un collar de oro?”.
-"No quiero nada, Su Señoría. Usted ya me ha dado demasiadas cosas. Y Yo... " Ella apartó la mirada.-"No le he dado nada a cambio".
La culpabilidad, más afilada que las espinas de las rosas que ella tanto amaba, aguijoneó su conciencia. Ella le había dado mucho más de lo que suponía. Más de lo que él tenía derecho a tomar.
-"Pide algo, dulce Rhianna. Sólo tienes que nombrarlo y es tuyo”.
-“¿Cualquier cosa que quiera? ¿De verdad?”.
-"De verdad".
-"Desearía enormemente, tener un espejo en mi cuarto".
Él se recostó en sus talones, sus ojos oscuros vueltos repentinamente misteriosos y fríos.-“¿Un Espejo"?
Ella asintió, con expresión ansiosa.-"Usted me ha dado tantas cosas bellas. Quiero ver cómo luzco”.
-"Muy bien" dijo, con fría voz.-"Tendrás uno".
-“¿Dije algo incorrecto?”. Le preguntó, con los ojos llenos de confusión.
Él negó con la cabeza, después se levantó. –“Vete a dormir, mi dulce".
Ella se puso de pie. Como siempre, su tamaño la asombraba. Él se movía con tal sigilo, hablaba con tal quietud, que a menudo se olvidaba de lo grande que era. Se cernía sobre ella, alto y ancho de hombros.-“¿Me dirá que es lo que he dicho o hecho para causarle tanto disgusto?”.
Se volvió de espaldas, mirando fijamente hacia el fuego.-“Vete a la cama”. Su voz era rasposa, fría como el hielo.
-"Muy bien, Su Señoría".
Escuchó el sonido de sus pasos, amortiguados por la gruesa alfombra, mientras cruzaba el cuarto.
-"Buenas noches, Su Señoría".
Podía notar como lo miraba fijamente, esperando una respuesta, luego la oyó suspirar, abrir la puerta y salir del cuarto.
Rayven se quedó con la mirando fijamente las llamas. Podía sentarse en este cuarto y fingir que era un hombre como cualquier otro. Podía fingir que ella era suya, que estaba allí porque lo deseaba. Podía rodearse de riquezas, pero no podía esconderse de la verdad más de lo que podía caminar bajo la luz del sol, o ver su reflejo en un espejo. Estas simples cosas, le estaban negadas para siempre.
El espejo que Bevins depositó en el cuarto de Rhianna la tarde siguiente era la cosa más exquisita que había visto en toda su vida, un espejo de gran tamaño enmarcado en un marco dorado. Y en una esquina, grabadas en el cristal, estaban sus iniciales.
-"Oh, es muy bonito" dijo pasando las manos sobre el marco, y sus iniciales grabadas.
-"Lord Rayven estará contento de que le guste".
-“¡Oh, desde luego que me gusta! ¿Está en casa? Debo darle las gracias".
-"No es posible verlo, señorita".
-"Nunca está aquí durante el día" dijo Rhianna, haciendo pucheros. –“¿A dónde va?
-"No sabría decírselo a ciencia cierta".
-“¿Usted no lo sabe?
-"No, señorita". La vacilación en su voz le hizo sospechar que mentía.
-“¿Bajará a comer, señorita?”.
-"Creo que no". Volvió la espalda al espejo.-"Creo que tomaré una siesta”.
-"Muy bien, señorita". Con una breve reverencia, Bevins salió del cuarto.
Rhianna fue hasta la ventana y se quedó mirando al jardín. Llevaba aquí unos cuantos meses y hasta ahora no se había dado cuenta de que nunca había visto a Rayven durante el día. ¿Por qué le había mentido Bevins? ¿Estaba Rayven aquí? ¿Arriba, quizás?
Curiosa, abrió la puerta de su cuarto y caminó a hurtadillas. No había señales de Bevins. Andando de puntillas se dirigió hacia abajo hasta el pasillo de la torre del este.
El sonido de pasos resonaba fuertemente mientras subía por la estrecha y serpenteante escalera. Noventa y nueve escalones. Estaba jadeando cuando llegó al último.
Haciendo una pausa para recobrar el aliento, miró hacia el largo corredor. No había ninguna luz filtrándose por los postigos de las ventanas de las gruesas paredes de piedra.
De puntillas, fue caminando por el oscuro corredor. Se detuvo en la primera puerta, con mano temblorosa trató de alzar el picaporte. La puerta se abrió sin un solo sonido.
Mirando con atención hacia adentro, vio que el cuarto estaba lleno de muebles, los sofás tapizados con brocados de descoloridos bordados. Había mesas de todos los tamaños y formas, sillas de roble oscuro y caoba, taburetes delicados y cómodas cubiertas con mármol. Todo estaba cubierto de una capa de polvo, como si no se hubiera utilizado durante décadas.
Cerrando la puerta, cruzó el pasillo hacia el cuarto de enfrente. También, estaba abarrotado con todo tipo de mobiliario.
El siguiente cuarto estaba llenó de obras de arte: estatuas, pinturas, candelabros de bronce, jarros de cristal y porcelana, figurillas de porcelana china, una escultura enorme de un cuervo tallada en madera pintada de negro. También todas cubiertas de polvo y telarañas.
Más adelante estaba el propio cuarto de la torre. Aun sin saberlo, estaba segura de que era la habitación de Rayven. Caminando con precaución, se acercó a la puerta. Presionó su oreja contra la suave madera, y al no oír ningún sonido, puso la mano en el picaporte.
Con su corazón martilleando fuertemente, abrió la puerta y dio un paso al interior. No había ni una sola luz en todo el cuarto. Pesadas cortinas de terciopelo negro cubrían las ventanas. Cruzando la habitación, fue hacia las cortinas, y las apartó, después se giró y miró a su alrededor. El cuarto estaba vacío.
Desconcertada, dejó de nuevo las cortinas en su lugar. ¿Por qué Rayven le había prohibido que viniera aquí? ¿Qué razón podía tener, para no permitirle que viera todos estos cuartos llenos de viejos muebles, o este otro vació de la torre?
De repente tuvo la fría sensación de que no estaba sola. Un pánico irracional surgió dentro de ella, y salió precipitadamente del cuarto.
Pasó corriendo por el pasillo, bajó las escaleras con silenciosos sollozos en su garganta mientras imágenes de oscuridad y muerte formaban remolinos en su mente.
Fue corriendo ciegamente por el castillo hasta que llegó a su habitación. Cerró la puerta y abrió las grandes ventanas. Se echo en la cama sujetando una almohada fuertemente contra su pecho y clavó los ojos en la luz del sol que se filtraba por la ventana, esperando que eso ahuyentara la oscuridad que parecía envolverla como humo negro, empapando su misma alma. Y en el centro de esa oscuridad, sintió una soledad tan profunda, que rompió su corazón.
Rayven estaba sentado en la mesa frente a Rhianna, formando ociosos remolinos con el líquido de su copa, observando como el cristal atrapaba la luz de las velas
-"La semana que viene iremos a la ópera. Quiero que salgas y compres algo adecuado que ponerte".
-"No necesito más trajes de noche, Su Señoría".
-"Hazlo para complacerme. Algo azul, que haga juego con tus ojos".
-"Muy bien, Su Señoría, como usted desee”.
-“¿Qué has estado haciendo hoy?”.
Rhianna tragó saliva, apartando su mirada de la de él. –“¿Hoy, Su Señoría"?
-"Sí, hoy".
-"Yo... Bevins me trajo una nueva pieza musical".
-“¿La tocarás para mí"?
-"Si usted lo desea, aunque todavía no la he ensayado”.
-"Eres una criatura muy obediente, dulce Rhianna".
-“¿Su Señoría?” Le miró de reojo, no sabiendo si la estaba alabando o quejándose.
Rayven la miro por sobre el cerco de su vaso. Nunca había conocido una mujer que fuese tan complaciente, que no le pidiera nada, y que pareciese sentir genuino placer con su compañía. Complacía su vanidad masculina el pensar que se interesaba por él, aunque solo fuera un poco. Las demás le habían ofrecido sus favores, pero siempre había sido consciente del miedo en el fondo de sus ojos, del interés por lo que su riqueza podría ofrecerles. Les había dado todo lo que le habían pedido, las había cubierto de regalos – joyas, pieles, costosos vestidos – pareciéndole que era un precio pequeño a pagar por lo que él tomaba.
Ladeó su cabeza, mirándola con los parpados entornados. Al despertarse esta tarde, había notado su presencia en la torre, había olido la persistente fragancia de su perfume, de su mismo ser. Nunca había conocido a una mujer que se hubiera atrevido a desafiarlo. Por ese acto de valor, le compraría un collar de zafiros para que hiciera juego con su nuevo traje de noche.
-“¿Qué otras cosas has hecho hoy?” preguntó suavemente.
El miedo ascendió por su garganta. Él lo sabe, pensó frenéticamente. Él sabe lo que he hecho, y ahora me castigará.
-"Ya hace algún tiempo que vives aquí" comentó en ese mismo tono de voz engañosamente suave.
-"Sí".
-"Seguro que ya has debido explorar el castillo".
-"Usted dijo que podía pasear por todo el castillo, Su Señoría" contestó, con un temblor en su voz.
-"Así es. Excepto por la torre del este”.
Rhianna inclinó la cabeza, incapaz de emitir una sola palabra, mientras el miedo se enroscaba en su interior.
-“¿Recuerdas mi advertencia?”.
Asintió, cruzando fuertemente los brazos sobre su regazo, para que no notara como temblaba.
-"De nuevo veo que haces caso omiso de mis deseos".
-"Sí, Su Señoría".
Él sonrió sobre el cristal de su copa mientras vaciaba su contenido de un trago. Levantándose, le ofreció su mano. -"Ven" dijo.-"Deseo que toques para mí".
-"Gracias, Su Señoría".
Sus cejas alzadas en un gesto que ella había llegado a reconocer como de suave diversión. –“¿Por qué, dulce Rhianna?”.
-"Por no estar furioso conmigo. Para ser tan amable".
-“¿Amable?”. Se rió suavemente, un sonido lleno, enriquecedor que la llenaba de un sensual placer. -"Esa es una cualidad que nadie en toda mi vida me había adjudicado".
-“¿De veras, Su Señoría"?
-"De verdad, mi dulce".
-"Entonces se lo diré a menudo, si eso le complace”.
-"Tu me complaces" contestó. Agachó su cabeza y cubrió su boca con la suya, besándola con una intensidad que le privo de toda la fuerza en sus extremidades al mismo tiempo que pareció sacarle todo el aire de sus pulmones.
Cuando apartó sus labios, se lo quedó mirándolo fijamente, sintiéndose extrañamente mareada.
Rayven le sonrió, la oscuridad ardiendo en sus ojos.
-"Nunca dudes de lo mucho que me complaces".
Bastante tiempo después de que Rayven la hubiera dejado, todavía podía sentir el calor de sus labios, la dureza de su cuerpo contra el suyo. Aunque nunca había conocido a un hombre, no era completamente ignorante de la forma en la que los hombres y las mujeres se apareaban, pero jamás soñó con que eso comportara tal placer. Las mujeres en el pueblo murmuraban sobre los bajos instintos de los hombres, del tener que soportar el trato sexual entre casados. Pero nunca habían mencionado el placer que ello comportaba, la conmoción que provocaba en su interior.
Mas tarde, la había escuchado mientras tocaba el piano, descartando sus errores con un gesto de su mano. Era una partitura fácil; Normalmente, la habría tocado sin titubear. Pero no podía olvidar su beso, sus manos no podían dejar de temblar al recordar como se había sentido entre sus brazos. Incluso ahora, todavía le parecía tener la huella de su duro cuerpo impresa en el suyo.
Moverse le parecía un gran esfuerzo, pero al mismo tiempo se sentía flotar mientras subía por las escaleras.
En su cuarto, se quitó sus zapatos y las medias, dejó el vestido sobre una silla, y se metió silenciosamente en la cama.
Soñó con él esa noche, soñó que estaba allí, en su cuarto, sentado a su lado en la cama, su capa oscura flotando a su alrededor como un sudario mientras doblaba su cabeza hacia ella. En la luz incierta de su cuarto, sus ojos parecían resplandecer como carbones ardiendo a fuego lento. Notó como sus manos se posaban sobre sus hombros, sintió sus labios en su garganta, sintieron la familiar sensación de debilidad cuando sus dientes rasparon la blanda piel de su cuello. Un sensual placer se unió al dolor. Gimió suavemente mientras sus manos sujetaban sus brazos. Y luego oyó su voz, susurrando en su oído.
-"Sólo es un sueño, dulce Rhianna" dijo, su voz hipnotizándola con su poder. -"Sólo un sueño... "
Sus párpados se cerraron, pero no antes de que le viera levantarse de la cama como una niebla oscura. Se encogió de miedo y él se fue como si nunca hubiera estado allí.
Pero, claro, solo era un sueño.

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